miércoles, 18 de febrero de 2009

PÍRRICO Y ESCUÁLIDO ANTIPOEMA DE AMOR



Por Antonio Hernández

SAN SALVADOR – Tras la pérdida de la alcaldía de San Salvador por parte del FMLN, la pluma del abogado Antonio Hernández escribió los siguientes versos que ahora comparte con los lectores de ContraPunto.



Pírrico y escuálido antipoema de amor
(con el perdón sea dicho al pasar)


Los y las que propiciaron que se perdiera
la Alcaldía de San Salvador
(y fueron calificados como revolucionarios y no
como tontos útiles de la derecha y el imperialismo)
los que han puesto en riesgo la posible alternancia
presidencial en el país
los que negaron las amplias alianzas
(porque es mejor solos que “mal acompañados”)
los que a la hora de las horas pusieron
cara de “yo no fui” (fue teté)
y se perdieron fugaces por las veredas de la humazón ideológica,
la verdad absoluta, la línea del partido
(el camarada tiene siempre la razón)
los que se hicieron los locos, relocos y recontralocos
los que ni siquiera tienen cargo de conciencia
(por eso de la enfermedad infantil del izquierdismo)
los vacunados contra la crítica, la hipercrítica y megacrítica
los que apenititas oyen
los cabeza dura, los incurables, los cuadraplégicos
los tullidos del corazón y las entendederas
los primeros en recitar a Marx, Engels y Lenin
los que si ven los árboles no ven el bosque
mis pequeños saltamontes sin su blanca nieve
sin su príncipe azul, sin director de orquesta
los albaceas de Mao, Fidel y el Ché
los que por avanzar retroceden
por persignarse se arañan
los que no tienen nada que perder
-salvo los chones-
los tontos más tontos del mundo
mis radicales, mis ortodoxos
mis dogmáticos, mis puros,
los que han perdido el rumbo, la carta
astral, la cordura
mis compatriotas, mis casi hermanos
mis pese a todo compañeros de viaje
aunque solo sea de guarón macho
marihuana y otros artificios
de efectos similares.
Salú




Antonio Hernández. Enero, 2009. (después de la noche triste)
Publicado en:

jueves, 12 de febrero de 2009

EL ESCABROSO CAMINO A LA DEMOCRACIA

Por Lya Ayala Vallejo
¿Los salvadoreños hemos aprendido a vivir en democracia? Cierta duda me asalta dado los acontecimientos recientes. Es verdad que estuvimos prestos a votar y a participar, pero me extrañó que buena parte de los analistas, medios de comunicación y organismos observadores se apresuraran a decir que hay un avance significativo en el proceso democrático del país.
Es posible que el optimismo nos gane porque mostró una de sus expresiones mas claras en las elecciones municipales y legislativas; sin embargo, la democracia no es solo eso.
Luego del 18 de enero regresamos a la realidad, que nos golpea con sus reflejos cotidianos y nos ha vuelto inmunes a la violencia y la falta de respeto hacia los demás. Un ejemplo reciente es la truculenta manera en que se utilizó a los candidatos presidenciales del PCN en función de componendas y acuerdos partidarios.
Los slogans de los partidos mayoritarios apelan a la recién descubierta responsabilidad de los salvadoreños sobre su participación razonada: piden votar con inteligencia y sabiduría. Pero no es suficiente pensar que por la tranquilidad que se percibió en algunos centros de votación en las elecciones pasadas indique que el proceso democrático haya avanzado suficiente.
Cierta educación cívica se demostró, pero habría que considerar otros factores: la idiosincrasia y el liderazgo político en la ciudad y el interior del país es diferente, la campaña y propaganda políticas fueron inmisericordes con el público, los medios de comunicación ajustaron su agenda a los intereses partidarios. Si todos estos elementos se conjugan se crean condiciones para que la mirada de la sociedad civil a la realidad política del país siga siendo parcial y oscura.
Así no hay avance, porque el ciudadano todavía no dispone de las herramientas para crear en conjunto una sociedad que abarque condiciones sociales, económicas y políticas que permitan ser solidarios, tolerantes y reflexivos sobre la realidad individual y colectiva.
El Salvador es un país donde todo está por hacer, en donde siempre falta algo que enmendar por eso no podemos dejar de enfatizar que somos muy jóvenes en materia de educación democrática.

martes, 3 de febrero de 2009

LOS PROBLEMAS DEL PODER


Para comenzar esta pequeña reflexión es importante definir ¿Qué es el poder? Éste puede ser definido como la capacidad de influir en las personas; también se podría decir que es la manera de cómo los líderes extienden su influencia sobre los demás para el logro de sus objetivos, pero de una forma más literal el poder se puede definir como “la capacidad de un individuo o grupo de individuos para modificar la conducta de otros individuos o grupos en la forma deseada y de impedir que la propia conducta sea modificada en la forma en que no se desea".

El ser humano tiene el poder de pensar, pero muchos no lo hacen correctamente. El acto irreflexivo y espontáneo sustituye a la razón, por eso la razón no siempre esta ahí donde está el poder. El poder es un arma de doble filo en manos de quien no ha hecho un inventario honesto de sus virtudes y desgracias, lo cual puede conducir con suma facilidad al engaño.

Un técnico se convierte en experto y un mediano profesional en sabio doctor, el alcalde se cree dueño de la cuidad; el presidente, patriarca del Estado y de la República; y el ministro, el director, el decano: señores de su heredad, en su feudo.

El poder aísla y va cubriendo a sus víctimas de una coraza de desconfianza en los demás, aunque no le sirva para ocultar a la sociedad de sus temores y desatinos.

La sabiduría y el poder cuando no andan juntos producen mayores desgracias. El poder ejercido por el hombre es decisión y consulta, firmeza y comprensión; capacidad y enseñanza; aprendizaje y aceptación. No es dualidad, arrogancia, mandato, ineptitud.

La finalidad, el objetivo primordial del poder es privilegiar a la comunidad, a la sociedad donde esta siendo ejercido; de otra forma se escapa, se pierde irremediablemente.

Por último, el poder por si solo no es malo, el problema es que cuando se llega y se tiene en las manos no se quiere soltar, es decir que quien lo ejerce se olvida de quien o quienes lo han llevado ha obtener ese poderío; y es ahí en donde se encuentra el gran dilema, porque a partir de ahí se inician las injusticias sociales. Así como el ser humano es dialectico ante la dinámica social, así también el poder no debe concentrarse en una sola persona, o en un solo grupo por tiempo ilimitado, sino que también debe de cambiar, debe de transformarse, debe de existir una total y sustancial alternancia dentro de quienes ejercen el poder público, económico y político, para poder generar un impacto positivo dentro de las sociedades.

Br. Lucía Sánchez
Es Estudiante de Derecho de la Universidad de El Salvador

¿LA SOCIALDEMOCRACIA COMO FIN DE LA HISTORIA?


Hace casi 20 años Francis Fukuyama escribió, pocos meses antes de la caída del muro de Berlín, un ensayo sobre el fin de la historia en la revista estadounidense The National Interest, artículo que posteriormente se convertiría en libro. El argumento básico era el siguiente: con el proceso de reforma lanzado por Mijail Gorbachov en la Unión Soviética, conocido como perestroika, el gran rival del mundo atlántico desaparecía y, por tanto, cesaba la lucha ideológica con la victoria incondicional del capitalismo y la democracia liberal. Fukuyama, además, examinaba el potencial de otras ideologías como el fundamentalismo religioso o el nacionalismo, concluyendo que nunca podrían convertirse en auténticas alternativas a la democracia liberal capitalista, si bien no iban a desaparecer.

La idea de Fukuyama era sugerente y, desde luego, fue oportuna en aquel momento histórico. La propuesta también generó fuertes críticas, algunas infundadas por malinterpretar el mensaje original. La más típica es la que consideraba la tesis del fin de la historia como la ausencia de eventos históricos de importancia, algo que Fukuyama rechazó expresamente en su ensayo.

Otra crítica, algo más elaborada, proveniente del recientemente desaparecido Samuel Huntington, consideraba que la lucha ideológica secular pasaría a ser religiosa o étnica, con la famosa tesis del choque de civilizaciones. Los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 confirmaron para muchos la validez de esta tesis. Con todo, y a pesar de que el fundamentalismo islámico supone una amenaza importante, Fukuyama ya dijo en su escrito de 1989 que esta ideología no es una opción atractiva, a diferencia del comunismo durante la guerra fría, más allá de los Estados de mayoría musulmana (o entre colectividades musulmanas en países no musulmanes), donde además sólo una minoría comparte sus postulados. En este sentido, esta ideología no es realmente una alternativa viable a la democracia liberal, ni se puede argumentar que es un estado superior en la evolución ideológica, de las ideas, más bien al contrario, supondría una regresión.

No obstante, la tesis original de Fukuyama sí que debe ser corregida al menos en un aspecto fundamental, si se quiere que mantenga un cierto poder explicativo de la realidad, sobre todo a la luz de los acontecimientos derivados de la crisis financiera mundial iniciada en julio de 2007 en Estados Unidos, y aun antes, por el fracaso de las políticas neoliberales en América Latina y África.

Fukuyama consideró que la victoria de la democracia liberal sobre el comunismo soviético resolvía los problemas socioeconómicos dentro de las sociedades occidentales y en los países en vías de desarrollo. Declaró, además, expresamente, que ya no había contradicción entre capital y trabajo, y obvió en todo caso las importantes diferencias entre el capitalismo estadounidense y el europeo continental, y las diferentes culturas políticas que subyacen a las decisiones de política económica a uno y otro lado del Atlántico.

Es cierto que la democracia liberal es el elemento común y definitorio de los países occidentales. Sin embargo, al obviar la importancia de las d emocracias sociales de Europa occidental, que completan el paradigma del Estado liberal, tal y como nos enseñaban Norberto Bobbio y Gregorio Peces-Barba, entre otros, se acaba poniendo al capitalismo a la americana como el paradigma de ese proclamado fin de la historia. Más aún, no se tiene en cuenta la tensión permanente entre Estado y mercado que existe en el seno de las democracias liberales, y las opciones políticas que la animan, y que debemos reconocer como neoliberalismo y socialdemocracia. Palabra esta última que está conociendo un renovado vigor a la luz del desconcierto generado por la crisis financiera.

En pocas palabras, podemos decir que la socialdemocracia es la ideología que, a diferencia del liberalismo clásico, persigue la igualdad real sobre la formal y que opera de acuerdo con el principio de la prevalencia de la política democrática sobre la economía, tal y como señala Sheri Berman. En el paradigma socialdemócrata, el sistema de mercado existe (a diferencia de lo que sucedía en la Unión Soviética), pero opera dentro de las reglas que fija el poder político, lo que incluye al Estado de bienestar, hasta hace unos años tan denostado por insostenible por los publicistas neoliberales.

En este sentido, cabe considerar al neoliberalismo, que inicia su auge como paradigma político cultural dominante en la década de los setenta, como una desviación temporal en esa evolución ideológica de impronta hegeliana que proponía Fukuyama, ya que pretende volver a un estado anterior de la humanidad, el del laissez-faire, donde la economía prevalece sobre la política, y donde no hay posibilidad de pacto entre el capital y el trabajo, ya que el primero debe prevalecer, sin ambages, sobre el segundo.

Esto no significa que el neoliberalismo no haya aportado nada bueno a la historia de las ideas, pues ciertamente las políticas keynesianas tradicionales necesitaban algunos ajustes y correcciones, en particular en lo relativo al uso excesivo de políticas monetarias procíclicas para alcanzar el pleno empleo, especialmente durante la década de los sesenta en los Estados Unidos y en el Reino Unido, donde por cierto, la tradición socialdemócrata ha sido históricamente más débil. Este error, en particular, generó una espiral inflacionaria, la quiebra de la política de rentas y del pacto entre el capital y el trabajo y, finalmente, el ascenso de la ideología neoliberal. Con todo, el neoliberalismo no se contentó con devolver cierta racionalidad a la política monetaria. Su agenda, como hemos visto, iba mucho más lejos. Animada por un individualismo descarnado buscó, y en parte logró, bajo los Gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, la privatización de sectores económicos estratégicos y de determinados servicios públicos. Pero, sobre todo, se desregularon los mercados de trabajo nacionales y los flujos financieros internacionales, con las consecuencias que hoy conocemos: mayores desigualdades, menor crecimiento económico y hasta colapso financiero. Peor aún, el paradigma neoliberal alcanzó en el discurso público lo que Antonio Gramsci denominaba "hegemonía cultural", llevando a que incluso la izquierda adoptara el lenguaje del adversario. De este modo, el debate político de las últimas décadas se ha ceñido a determinados parámetros y términos fundamentales de la agenda neoliberal, dentro de los cuales conceptos como flexibilidad laboral, competitividad o reformas estructurales funcionaban como polos en torno a los que giraban las discusiones de las políticas públicas.

El reto para la socialdemocracia, en un mundo cada vez más interconectado e interdependiente, consiste en alcanzar grados de integración y cooperación política entre los países que permitan la recuperación del equilibrio entre Estado y mercado. El momento histórico es propicio. Aunque el carácter asimétrico de la globalización, escorada hacia lo económico (y sobre todo hacia lo financiero, con la libertad de movimiento de capitales), no sugiere que la socialdemocracia sea el fin de la historia, resulta difícil afirmar que los últimos 30 años de neoliberalismo constituyen el ideal al que aspirará la mayoría de la humanidad.

La crisis financiera mundial quizás ponga de relieve lo que ya era, en realidad, evidente: el fracaso de la ideología neoliberal tanto en los países desarrollados como en aquellos en vías de desarrollo, y la urgente necesidad de recuperar el paradigma socialdemócrata en el discurso público.

Domènec Ruiz Devesa

Tomado de:http://www.elpais.com/articulo/opinion/socialdemocracia/fin/historia/elpepuopi/20090203elpepiopi_4/Tes

lunes, 2 de febrero de 2009

NO CON NUESTROS NOMBRES


Hace unos días el partido ARENA inició la difusión de un mensaje publicitario en el que trata de establecer la intolerancia de su adversario político, el FMLN, haciendo uso para ello de los nombres de cuatro personas que hemos dejado de militar en este último partido político.


El formato, el lenguaje y el contenido del mensaje es lo que en el caló político se denomina campaña sucia, entendiéndose por esta un conjunto de acciones que más que hacer planteamientos, difundir o discutir ideas, busca desacreditar o desprestigiar al adversario.

También busca este tipo de propaganda crear estados de ánimo, o percepción colectiva que lleven al miedo o infundan incertidumbre y temor.

En el caso de este mensaje radial en particular, ARENA trata de hacer ver al Frente como intolerante y poco respetuoso del derecho de otros.

Precisamente es intolerancia y poco respeto a nuestro derecho lo que ARENA muestra al hacer uso sin consulta de nuestros nombres para su propaganda sucia.

Frente a la difusión de este comercial, sin la autorización por mi parte o por la de Ileana Rogel, es que ambos firmamos un comunicado que hemos enviado a los medios de comunicación este día, en el que aclaramos:

1. Que no se nos consultó el uso de nuestros nombres para ese mensaje publicitario.

2. Que no aprobamos ni la acción de hacer propaganda usando nuestros nombres, ni el contenido del mensaje.

3. Que este tipo de acciones por parte del partido ARENA entran en directa contradicción con: la institucionalidad, el respeto y la defensa de una sociedad de derechos que su mensaje pretende difundir, y además representa una acción, a nuestro juicio; antiética.

4. Que como Ciudadana y Ciudadano le exigimos al Partido ARENA que deje de utilizar nuestros nombres en su campaña.

Yo aspiro a vivir en un país mejor, y es precisamente por lograr eso para mis hijos y para todos los salvadoreños que he luchado desde que era un adolescente. No es con abuso de autoridad y propaganda sucia como esto se logrará.

Dr. Héctor Silva Argüello

Publicado en: http://www.elecciones2009.elfaro.net/index.php?option=com_content&view=article&id=145:no-con-nuestros-nombres&catid=12:opinion&Itemid=11